Un día comprendí que tenía que recoger el silencio con las manos para saciar mi sed, pues sentía que el sudor, las lágrimas no eran suficientes... y empecé a cavar y a cavar y a cavar hasta que me di cuenta de que no podía recoger tanta agua, que necesitaba encontrar un nuevo manatial para saciar mi sed, mi angustia, estaba cavando mi propia cárcel. Levanté la cabeza de la tierra y miré al horizonte, empecé a andar para desentumecer mi dolorido cuerpo, caminé toda la noche y al amanecer sentí la suavidad de la niebla, el frío de la escarcha, y comencé a recoger las gotas húmedas de lluvia que rompían el silencio. Y comprendí que el sonido fluye dentro de nosotros, que hay que apartarse de los falsos espejismos del páramo y recoger el agua que rebosa lleno de sonido, de deseo, de los manantiales sedientos.