UN OSCURO CETÁCEO





A veces el desasosiego emerge
con nostalgia y miedo,
como una oscura ballena
desde las ciegas profundidades
para rascar su lomo en la quilla
del barco que se aleja...
y como oscuro 
cetáceo que es 
sigue rumbo a la playa
por las cristalinas
y cálidas aguas
de la superficie, 
donde la corriente
de su propia muerte
lo lleva a los blancos
arenales
para quedar
encallado entre
los alegres bañistas
de fin de semana.
Que más da,
de nuevo una sensación 
de torpeza,
de cobardía,
me recorre 
como un escalofrío
con la leve percepción
del ridículo,
que más allá del qué dirán
me desconcierta
por su descabellado propósito
de llenar de pisadas
el asfalto de los caminos
imaginados.
De nuevo caigo 
en ese falso espejismo,
tropiezo de bruces
como el que busca
la redención,
con la misma falsa ingenuidad,
que se repite
en su etéreo exceso,
en su  inocente ambición,
de quien rodeada
de atenciones y halagos
se siente sola
porque todavía no ha llegado
quien colme sus aspiraciones.
Como si alguién pudiese alcanzar
esa perfección matématica
que no esconde
más que el pudor,
la inseguridad,
de una dependencia filial 
que la perpetúa a la adolescencia.
Nos negamos a envejecer
ignorando el paso del tiempo,
aferrándonos a la inocencia
que nos enraiza
en una inmadurez
que vuelve con la fuerza del capricho,
del desliz,
como si todavía quedase
algún nacedero, donde
retornase la vida
bajo la fría cascada que
nunca deja de fluir
para ofrecer  una nueva oportunidad
a las ninfas, 
trasparentes deidades
que con su canto
obligan a emerger
desde la oscuridad
de las heladas aguas
a los gigantescos cetáceos,
quienes bajo el azul  vaivén
de las olas  
van guiados
por el chisporreteo
de los rayos de sol
para encallarse en las arenas
de la eternidad.









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