LA GENERACIÓN DE LOS CINCUENTA
Fueron niños durante la Guerra Civil; y más tarde, amigos entre
sí, antifranquistas, bebedores, charlatanes en tertulias, preferentemente
nocturnas, partidarios de la felicidad y grandes poetas. El término generación,
siempre en tela de juicio, cobra sentido con ellos por las afinidades
antedichas y por encima de todas las diferencias que se les encuentren. Son los
poetas de los años 50, o del medio siglo,el último grupo compacto de la
poesía española, formado, al menos, por Jaime Gil de Biedma,
Claudio Rodríguez, Ángel González, José Agustín Goytisolo, José Manuel
Caballero Bonald, Francisco Brines y Carlos Barral. José Ángel Valente se
autoexcluyó y algunas antologías incluyen a otros como Carlos Sahagún, Alfonso
Costafreda, Gabriel Ferrater, Ángel Crespo o José María Valverde. Están ya en
la historia de la literatura española. Sólo sobreviven Brines y Caballero
Bonald.
Su obra ha sido estudiada con la profusión que merece. Ahora se
reedita un volumen que tiene el interés de contar con la voz de prácticamente
todos ellos. Se trata de Encuentros
con el 50. La voz poética de una generación (edición no venal de Ámbito Cultural,
patrocinada por El Corte Inglés, con motivo del 75º aniversario de la empresa), cuyo origen son los encuentros
mantenidos en Oviedo en 1987 y
dirigidos por Miguel Munárriz, que ha incorporado una nueva introducción.
Se trata de "un libro de referencia para reconstruir, no
ya la poesía, sino la literatura española de esos años", dice Santos Sanz
Villanueva, uno de los que lo presentó ayer en Ámbito Cultural. "Ofrece un
panorama muy vivo de las circunstancias que vivieron los autores y cómo alguno, como Claudio Rodríguez,
se distancia completamente de la generación y arremete allí mismo contra sus
compañeros, o cómo otros reconocen la campaña de autopromoción
que fue el lanzamiento del grupo, al convertir una relación puramente amistosa
en una operación político-literaria", añade el profesor y crítico.
La autopromoción se basó, sobre todo, en una antología preparada
por José María Castellet y en la ya legendaria colección Collioure (el
homenaje a Antonio Machado en 1959 en la localidad francesa donde reposan sus
restos fue otro hito del grupo, y la influencia de Machado o Juan Ramón, un
tema muy debatido). Y, en efecto, Claudio Rodríguez muestra su distancia por "estos intríngulis
vuestros"promocionales y afirma: "Mi poesía va
fluyendo sin cánones, sin controles y, sobre todo, sin capillas, sin
estrategias, sin tácticas". Carlos Barral, por su parte, sostiene que
"nuestra generación, como la del 27, fue un grupo de amigos", unidos
en "un confraternizar contra el franquismo y un desprecio absoluto hacia
aquella literatura oficial que nos quiso imponer". La falta de maestros y
el haber hecho en la juventud "una lecturas muy extrañas", con mucho peso de los clásicos
y la literatura extranjera, es otra característica común
señalada por Barral.
Además de los dos citados, hablan en el libro, porque estuvieron
allí presentes, Francisco Brines, Caballero Bonald, Ángel González, José
Agustín Goytisolo y Carlos Sahagún. La voz imprescindible de Jaime Gil de
Biedma llega en una entrevista que le hicieron Carme Riera, experta en la
llamada Escuela de Barcelona, y Miguel Munárriz. En ella se palpa el "desencanto
desolador", dice Munárriz, del autor de Las personas del verbo,
que murió menos de tres años después. José Ángel Valente declinó participar, en una respuesta "nada cordial, ni siquiera
formalmente educada, y sí poco amistosa", en la que
rechazaba su pertenencia al grupo.
El volumen ayer presentado reúne, pues, las conversaciones de
los poetas entre sí y con expertos como Emilio Alarcos Llorach, Víctor García
de la Concha, José María Martínez Cachero, Fanny Rubio, José Luis García Martín
y Alejandro Duque Amusco, una conferencia de Luis García Montero, otra
entrevista a Ángel González por Miguel Munárriz, y un conjunto de textos de
Carme Riera (sobre Gil de Biedma y Barral), Ángel L. Prieto de Paula (sobre
Carlos Sahagún), Felipe Benítez Reyes (sobre María Victoria Atencia) y de
Susana Rivera (sobre "el exilio ontológico en los
poetas hispano-mexicanos"), además de un puñado de poemas que fueron
leídos en aquellas jornadas de mayo del 87.
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