MARÍA TERESA ADRUETO

María Teresa Andruetto: "Cuánto daño hacemos en busca del amor..."

En el nuevo libro de la cordobesa aparecen distintos amores, lo que atravesamos para conseguirlos y cuánto podemos herir.



"Cuando una hija opina gritan las bestias de la noche, los perros aúllan, gritan las lechuzas", escribe la cordobesa María Teresa Andruetto en su último libro, No a mucha gente le gusta esta tranquilidad. Que no es un ensayo, es un libro de cuentos. Pero la escritura de Andruetto está sostenida por ideas que no suelen aparecer directamente pero se notan. Como se notan momentos durísimos de la vida de la autora que no están contados y sin embargo resuenan.

Algo parecido pasa en la manera de narrar. Venimos siguiendo a un hombre y no se dice que murió, se cuenta qué pasó en el velorio, como si Andruetto nos pusiera delante el trapo rojo y en el momento justo la moviera para hacernos pasar como toros agitados. "Hombres y mujeres imaginan lugares donde situar sus cuerpos, se convencen de que no estuvieron con nadie; ninguno los busca, no corren peligro, son turistas, viajan porque quieren", dice en otro cuento y una sospecha que se trata del viaje al exilio, sin asistencia al viajero.
María Teresa Andruetto: la tranquilidad hecha deseo, pasión y drama
Son vidas comunes, dirá en un rato, las que se narran. Pero nunca será banal está escritura, donde los personajes son tratados con cariño pero sin piedad. Son ocho cuentos, de lo más diversos. Alguno de campo -como el que da nombre al libro, donde dos hermanos tal vez se quieran demasiado-; otro narrado por el hijo de un boxeador -no lo dice pero entendemos que es Víctor Galíndez- con una mujer a la que él abandonó; otro donde terminan abrazadas -"llorando, orinada una y la otra con su perfume de violetas"- las dos mujeres de un hombre. Y el exilio, dijimos. Y en alguno, la dictadura: "Cuando lo trasladaron ya no era más un muchacho, era para siempre un hombre" dice de él, que se va a tener que ir del país y ella, la mujer que tuvo en la cabeza en los años de cárcel, no va a querer acompañarlo.
Ahora -que es celebrada, querida, respetada- Andruetto se siente como jubilada, tiene tiempo, hace lo que quiere, vive bien en un pueblo cercano a Unquillo, "a 40 kilómetros de Córdoba, lugar semi rural, paisaje no tan majestuoso".
-Me pareció que, a lo largo de los cuentos, aparecen distintas formas del amor.
-Sí, es eso. Porque ese es un tema que me atraviesa siempre. El amor, y más que el amor, la necesidad de amor. Y todas sus variantes. Desde los reencuentros hasta la pérdida. Y también cuánto daño hacemos o nos hacemos, en busca del amor a veces.
-¿Cuánto daño hacemos?
-Y a veces, digamos, en esa búsqueda, que puede ser más desesperada o más serena, amando, o supuestamente amando, dañamos mucho, como puede ser el viejo de ese cuento, que reprime a su mujer tanto. Él le da todo, pero ella necesita otra cosa. Tal vez ella no necesita no que él le de todo.
-Y él lo sabe, por eso se saca a sí mismo lo que le saca a ella, la música.
-Por eso te digo, el amor es algo muy extraño.
-No es mermelada.
-Es muchas cosas, siempre estamos necesitando de él, pero el camino nos pueden hacer daño y les podemos hacer daño a otro también.
-En el libro habla del daño y también de la cobardía.
-Yo ya tengo mis años, digamos, y uno puede mirar hacia atrás y ver la importancia del coraje de vivir, de vivir del modo más parecido a lo que uno siente y piensa. 
Con chicos. María Teresa Andruetto, en 2016, narrando para niños durante el Festival Filba, en San Rafael, Mendoza. /Filba
-¿No hay en el libro algo de dejar testimonio de mundos que vas viendo pasar? Como diciendo, “yo soy una persona grande y he visto todo esto”.
-También. Porque yo he vivido mucho en pueblos, digamos, de Córdoba, en la llanura, en la sierra, en la ciudad, he tenido una vida que ahora en cierto sentido diría privilegiada, pero que ha tenido su complicación. Yo he estado en relación con personas de distintas condiciones sociales, culturales, incluso marginalidad. Porque yo misma he estado en una situación así, cuando era mucho más joven, pero ya adulta. Eso también ha sido un aprendizaje muy grande.
Pasé varios años arriba de un tercer piso de un hotel de citas, en una piecita de trastos que me prestaban los dueños
- ¿Vivió en la marginalidad?
-Sí, pasé varios años arriba de un tercer piso de un hotel de citas, en una piecita de trastos que me prestaban los dueños.
-¿Cuándo?
-Años de la dictadura.
-¿Estaba clandestina?
-No, pero estaba por fuera de toda posibilidad laboral. Había militado en la universidad en una organización de izquierda, el PCR, hasta el 75. Ahí me recibí en el 75, me fui al sur… estuve un tiempo en Trelew y después volví a Córdoba porque me asusté porque cerca de donde yo estaba lo llevaron a Mario Abel Amaya, que era diputado de Renovación Cambio. No podía volver a mi pueblo.
-¿De qué vivía?
-He vivido un tiempo de lo que me daban. Fueron épocas bastante bravas. Tengo un poema que se llama “Los hermanos García”, dedicado a esos tres hermanos, dos varones y una mujer, que eran los dueños de ese hotel de citas, donde iban las prostitutas de la calle Humberto Primo. Bueno, vaciaron una piecita de y yo viví ahí.
-Aparece la dictadura en los cuentos, pero casi nunca directamente.
-Es parte de la vida vivida.​
-¿Cómo aparece el cuento de Galíndez, narrado por un hijo? Ahí hay un párrafo tremendo, donde dice: "Los padres son siempre más obedientes que las madres. Cuando ellas dicen 'si no le das lo que le corresponde no quiero que te aparezcas por acá', ellos aceptan."
-Mientras escribía vinieron a mí muchas historias de hijos con padres que no los tratan. Pero cuando pensé en un padre famoso, que el chico pudiera haber visto por televisión, se me apareció Galíndez, que fue el gran amor de la abuela de mis chicas. Es una mujer del norte que se fue a Buenos Aires a limpiar casas y después estudió enfermería. Ella, era más grande que él y fue su gran amor y él la dejó cuando ganó. Pero después, siempre que tenía alguna crisis, él la iba a ver al hospital donde ella trabajaba.
-¿Con los años cambian las cosas que uno quiere contar?
-Sí. Si miro lo que he escrito, puedo ver mi vida, qué momentos iban pasando mientras hacía esos libros. La crisis de los 40, la de los 50, la de… Todo voy viendo ahí. ¿No?
-¿Y éste?
-Este es un libro de la vejez.
-¿Cuántos años tiene?
-64.
-Eso no es vejez.
-Yo siento que ya estoy hecha, qué se yo… y que entonces puedo hacer lo que quiera.
Un afiche de dos metros de alto destaca la pelea de mi padre por la corona de los semipesados. Tenía veinticinco años, un tobillo destrozado, la angustia de salirse de la categoría, siempre al límite. Un reo rindiendo examen, un producto del coraje nacional, y con eso le ganó por abandono a un norteamericano al que había derribado en varios rounds. Es anoche, esa misma noche, mi padre dejó a mi madre, eso fue antes de que yo naciera. Fuego y corazón, mi padre, ganchos de corta y media distancia;un toro que golpea el desprecio recibido de niño. “Se compró un Fiat 600 rojo, le pintó un leopardo en el guardabarros y nos dejó”, dice mi madre.
Fragmento de “El hijo”

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