CABALLERO BONALD
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J.M. CABALLERO BONALD: “EL POETA TIENE QUE SER VIGILANTE DEL PODER”
....Supongo que la fascinación por el mar te llevó a estudiar naútica, con especial interés por la astronomía dentro de la carrera, pero también Filosofía y Letras. Al final optaste por la literatura, por la poesía. En cierto modo es una manera de abarcarlo todo, ¿no?.
– Sin duda. Yo creo que la poesía es la máxima temperatura que se puede conseguir manejando el idioma. Pero la verdad es que todos esos estudios que mencionas: de naútica, de astronomía naútica, de Filosofía y Letras en Sevilla, en Madrid, a mí me sirvieron de muy poco. La universidad en aquellos años, la de Sevilla, sobre todo, que estaba medio en manos del Opus Dei, no me aportó demasiado. Recuerdo con mucha desgana, con mucha descreencia, todo lo que aprendí o leí durante esos años. Mi poesía bebe, en el fondo, de un espíritu, de una tendencia, autodidacta. A través de las lecturas yo quise formarme mi propia personalidad poética y trabajé mucho con el lenguaje, pero por mi cuenta, sin nada de academicismos.
– ¿Con quiénes de tus compañeros de generación que ya no están te gustaría volver a mantener una conversación? ¿A quiénes echas de menos en algún momento?
– Me gustaba hablar y vivía mucho con Ángel González. Recuerdo las noches de Madrid, tan largas, en las barras de los bares, buscando siempre el último garito de la noche. Todo aquello me atraía mucho. Era en plena etapa franquista, sombría, mezquina, hostil culturalmente hablando, pero nosotros buscábamos nuestra propia libertad y nuestra propia felicidad, bebiendo, trasnochando, hablando y a veces incluso en silencio. Yo podía estar con algún amigo, en la barra de un bar, sin hablar, durante bastante tiempo. También echo de menos a José Ángel Valente. Era muy inteligente, culto, muy formado y buen conversador, pero también muy divertido. Estuve con él desde el principio, desde la vida estudiantil, en el colegio mayor de Nuestra Señora de Guadalupe, y lo pasábamos realmente bien. Compartimos andanzas inolvidables, viajamos juntos a bastantes sitios y siempre nos reíamos. Eso sí que lo echo de menos.
ME GUSTABA HABLAR Y VIVÍA MUCHO CON ÁNGEL GONZÁLEZ. RECUERDO LAS NOCHES DE MADRID, TAN LARGAS, EN LAS BARRAS DE LOS BARES, BUSCANDO SIEMPRE EL ÚLTIMO GARITO DE LA NOCHE. TODO AQUELLO ME ATRAÍA MUCHO. ERA EN PLENA ETAPA FRANQUISTA, SOMBRÍA, MEZQUINA, HOSTIL CULTURALMENTE HABLANDO, PERO NOSOTROS BUSCÁBAMOS NUESTRA PROPIA LIBERTAD Y NUESTRA PROPIA FELICIDAD, BEBIENDO, TRASNOCHANDO, HABLANDO Y A VECES INCLUSO EN SILENCIO.
– ¿Se siente Caballero Bonald un superviviente? La generación de los 50 ha sido una generación muy desafortunada. Se han ido casi todos demasiado pronto, antes de lo que les correspondía.
– No es que me considere, es que soy de hecho un superviviente. El grupo poético del 50 es un grupo diezmado antes de tiempo. Todos murieron tempranamente, algunos de una forma violenta. Hay suicidios, formas de vida que pudieron acelerar la muerte, en ocasiones el alcoholismo. Ha sido una generación en este aspecto desdichada, sí. Me he quedado prácticamente solo. Bueno, también está Francisco Brines...
– Me apetece que nos detengamos en otra imagen tuya, mucho más actual, el Caballero Bonald, que acaba de cumplir 88 años y que dice que ahora, más que nunca, siente la necesidad de escribir poesía. En el acto del Instituto Cervantes donde se presentó recientemente Anatomía poética (Círculo de Tiza) decías que te parecía incluso obsceno estar tan entregado a la poesía, un género más afín a los ímpetus y pasiones juveniles.
– Ese es un asunto muy extraño… Además, escribir poesía a mi edad parece una actividad más bien intempestiva. Pero eso es lo que me pasa. Sin darme cuenta, de pronto, surgió esa necesidad de contar cosas que no había contado, de expresarme de otra manera a través de la poesía. Se me despertó en estos últimos años como una especie de urgencia, una energía diferente, rara, que me hacía sentirme como rejuvenecido, no sé, como si me sirviera de alivio, como si me defendiera así de todo lo que detesto. Y por ahí ando. No he cesado de escribir poesía en los últimos seis o siete años. Es lo único que he hecho, realmente. Antes, entre un libro y otro, podía tardar una década; ahora no. Más que una necesidad es como un destino que me obliga a escribir poesía con cierto apremio, no sé por qué.
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